¿Por qué los actos escolares tienen un sentido político?

La Educación: Un Acto Profundamente Político

03/04/2025

En el panorama social y mediático actual, la educación a menudo se convierte en un campo de debate superficial, donde opiniones ligeras intentan definir su propósito y alcance. Se ha llegado incluso a escuchar que los niños y niñas son meros “usuarios” del sistema educativo, una visión que los despoja de su rol activo y fundamental dentro de la compleja trama escolar. Esta perspectiva no es nueva; históricamente, se ha tendido a culpar a individuos o familias por la falta de asistencia escolar, ignorando las profundas responsabilidades del Estado y la sociedad en garantizar este derecho.

¿Qué es un acto en la escuela?
El acto educativo, es el proceso donde se interrelacionan el que aprende y el que enseña, es decir, el educador y el educado. Este acto, tiene como finalidad dar una formación integral a los alumnos y garantizar el desarrollo de todas sus habilidades y capacidades.

Esta visión simplista choca con análisis más profundos sobre el sentido y la función de la educación. Recientemente, un periodista criticó la mención que hizo el gobierno nacional sobre Antonio Gramsci, el teórico político italiano del siglo XX. La crítica se basó en la interpretación de que Gramsci veía al sistema escolar (junto a otras organizaciones culturales) como un factor clave en la hegemonía de una clase social, y al maestro como un “especialista político” dedicado a difundir la ideología del bloque histórico dominante. Sin una indagación más profunda, esta crítica se quedó en una lectura lineal y político-partidaria, que tristemente se reproduce sin mayor reflexión en el ámbito público.

Para Gramsci (1891-1937), la sociedad civil está compuesta por diversas instituciones, incluyendo la iglesia, los medios de comunicación y, de manera crucial, la escuela. Estos componentes actúan como “aparatos de hegemonía”, centros de poder ideológico y, como señala Tamarit, verdaderos campos de lucha ideológica. Desde esta perspectiva, los saberes que se seleccionan para ser enseñados en la escuela, aquellos plasmados en los diseños curriculares oficiales, no son neutrales; son saberes hegemónicos, reflejo directo de la weltanschaung o cosmovisión del mundo del grupo social dominante en un momento dado. Esto implica que lo que se enseña y cómo se enseña está inherentemente ligado a las estructuras de poder y a las ideas que prevalecen en la sociedad.

Dentro de este entramado, el docente emerge como una figura central. Lejos de ser un mero transmisor de conocimientos, el docente es (o debe ser) un profesional que toma los lineamientos generales propuestos por el Estado en los diseños curriculares y los adapta, los transforma y los contextualiza en función de la institución específica en la que trabaja y, fundamentalmente, de los sujetos que tiene en su aula: los estudiantes. Esta tarea de adaptación y contextualización no es solo técnica o pedagógica; es intrínsecamente política en el sentido más amplio del término. La labor docente implica decisiones constantes sobre qué enfatizar, cómo relacionar los contenidos con la realidad de los estudiantes y cómo fomentar el pensamiento crítico. En muchas ocasiones, las escuelas, quizás sin plena conciencia, legitiman saberes hegemónicos al no considerar o valorar las costumbres, valores o saberes propios de los barrios o familias de sus estudiantes. Sin embargo, cuando la escuela logra incorporar y dialogar con estos saberes locales, el aprendizaje se vuelve mucho más significativo y relevante para la vida de los estudiantes.

La educación, entendida en su profundidad, es un acto político porque nos obliga a reflexionar constantemente sobre nuestras prácticas pedagógicas y sobre los objetivos últimos de nuestra enseñanza. ¿Qué tipo de ciudadanos queremos formar? ¿Qué herramientas les estamos dando para comprender y transformar su realidad? Los docentes, al guiar a los estudiantes en el análisis de su entorno, al fomentar la duda, la pregunta y la búsqueda de respuestas informadas, ayudamos a formar sujetos críticos, capaces de no aceptar pasivamente la realidad, sino de cuestionarla y buscar caminos para cambiarla. Esta función contrahegemónica del profesorado es vital: plantear otros aprendizajes, otras formas de estar en la escuela que rompan con modelos obsoletos basados en la memorización sin sentido. Se trata de construir una escuela que sea un espacio vivo, conectado con el presente y proyectado hacia el futuro, donde los estudiantes aprendan a pensar por sí mismos y a participar activamente en la sociedad.

Es fundamental no quedarse atrapados en las discusiones vacías de sentido que a menudo provienen de ciertos sectores políticos o mediáticos. En cambio, es crucial volver a los documentos y principios que fundamentan la función de la escuela y el rol docente. La Resolución del Consejo Federal de Educación 103/10, por ejemplo, subraya la importancia de “Sostener altas expectativas respecto de los aprendizajes de todos los adolescentes y jóvenes y ofrecer formas de escolarización, adecuadas a contextos y necesidades específicas de los adolescentes y jóvenes que están en situaciones de exclusión social y educativa”. Este tipo de lineamientos reconocen la complejidad del desafío educativo y la necesidad de abordajes diferenciados y equitativos.

La presencia de niños, niñas y adolescentes en la escuela no es opcional ni depende del capricho de unos pocos; es una necesidad fundamental. La escuela es una institución que abre posibilidades de vida, que permite a los jóvenes imaginar y construir maneras diferentes de vivir sus propias vidas y las de sus familias. Si por diversas razones no pueden asistir por sí mismos, es un deber indelegable del Estado garantizar su acceso y permanencia. La educación no es solo un derecho individual; es una responsabilidad colectiva y una obligación del gobierno de turno asegurar que se cumpla plenamente. Ignorar esto es ignorar la base misma de una sociedad equitativa y con futuro.

El filósofo Gilles Deleuze propone el concepto de “líneas de fuga” como aquellas vías que permiten salir de un territorio saturado de sentido, opaco y cerrado. A diferencia de una simple huida que no construye nada, la fuga deleuziana busca la construcción de un nuevo territorio, un espacio distinto que, aunque quizás también se sature con el tiempo, funcione como refugio o amparo mientras dure. La escuela, en su mejor expresión, debe aspirar a ser ese espacio de protección y abrigo. Un lugar donde los jóvenes no solo adquieran conocimientos formales, sino donde se sientan seguros, valorados y empoderados para pensar críticamente y soñar con un futuro mejor.

Ayudar a que los jóvenes ingresen, permanezcan y egresen del sistema educativo es sembrar la semilla de un cambio social profundo. Es apostar por la mejora de la convivencia, por la reducción de las desigualdades y por la construcción de condiciones de vida más dignas para ellos y para toda la comunidad. Mientras tanto, algunos líderes políticos y formadores de opinión se enredan en debates superficiales, incapaces de formular propuestas concretas o estrategias efectivas para abordar de raíz los complejos problemas educativos. La escuela, sin embargo, sigue siendo un motor de cambio potencial, un espacio donde lo político se vive día a día en el diálogo, la reflexión y la construcción colectiva del conocimiento.

La visión de la educación como un mero servicio, donde los estudiantes son “usuarios” y los contenidos son neutrales, ignora la rica historia y el profundo sentido social y político que esta institución posee. Cada acto escolar, desde la selección de un texto hasta la forma en que se celebra una fecha patria, pasando por la interacción diaria en el aula, está cargado de significado y contribuye a moldear la comprensión del mundo y el lugar de los estudiantes en él. Reconocer el carácter político de la educación no implica reducirla a la política partidaria, sino entender que es un ámbito fundamental para la formación de la ciudadanía, para la reproducción o la transformación de las estructuras sociales, y para la disputa por los sentidos y los valores que rigen nuestra convivencia.

El currículum, ese conjunto de saberes y experiencias consideradas valiosas para ser transmitidas, es en sí mismo un documento político. Refleja las prioridades, los valores y la visión del mundo de quienes lo diseñaron. Pero no es inamovible ni monolítico. El docente tiene la capacidad y la responsabilidad ética de mediar ese currículum, de hacerlo dialogar con la realidad de los estudiantes, de introducir perspectivas críticas y de fomentar el debate. Es en esta mediación donde reside gran parte del potencial transformador de la escuela. Un docente que simplemente “baja línea” o repite contenidos sin cuestionar puede estar contribuyendo a la reproducción de la hegemonía. Un docente que invita a pensar, a dudar, a investigar y a comparar diferentes puntos de vista está ejerciendo una función política en el sentido más noble: la de formar ciudadanos libres y responsables.

La lucha por una educación de calidad, inclusiva y equitativa es, por tanto, una lucha política fundamental. Implica defender la inversión pública en educación, garantizar condiciones laborales dignas para los docentes, promover la participación de las familias y la comunidad, y asegurar que la escuela sea un espacio seguro y estimulante para todos los estudiantes, sin importar su origen socioeconómico, su identidad o sus capacidades. Cuando se habla de educación, se está hablando del futuro de la sociedad, de la posibilidad de construir un mundo más justo y democrático. Es un terreno de disputa ideológica y un espacio clave para la acción política orientada a la transformación social.

La escuela no es una torre de marfil ajena a las tensiones y debates de la sociedad. Por el contrario, es un reflejo y, al mismo tiempo, un motor potencial de cambio en esas tensiones. Los desafíos que enfrenta el sistema educativo (la desigualdad en el acceso y la permanencia, la necesidad de adaptar la enseñanza a un mundo en constante cambio, la convivencia en la diversidad) son desafíos eminentemente sociales y políticos. Abordarlos requiere no solo soluciones técnicas o pedagógicas, sino también una profunda voluntad política y un compromiso con los principios de justicia social y equidad.

Finalmente, es crucial recordar que la función de la escuela no se limita a la transmisión de conocimientos académicos. Es también un espacio de socialización, de aprendizaje de normas de convivencia, de desarrollo de habilidades sociales y emocionales, y de construcción de identidad. Todo esto ocurre en un contexto institucional que tiene sus propias reglas, sus rituales (como los actos escolares, que a menudo conmemoran eventos históricos o figuras que refuerzan una narrativa nacional específica) y su cultura. Analizar críticamente estos aspectos, comprender cómo contribuyen a formar la subjetividad de los estudiantes y cómo pueden ser espacios de reproducción o de resistencia, es parte de entender el sentido político de la educación.

Índice de Contenido

Preguntas Frecuentes sobre el Sentido Político de la Educación

¿Qué significa que la escuela sea un “aparato de hegemonía” según Gramsci?

Significa que, junto a otras instituciones como la iglesia o los medios de comunicación, la escuela cumple un rol fundamental en la difusión y consolidación de las ideas, valores y visiones del mundo de la clase social dominante. A través de lo que se enseña, cómo se enseña y las normas que se establecen, la escuela contribuye a que estas ideas se perciban como naturales o universales, facilitando el consenso y el mantenimiento del orden social existente sin necesidad de recurrir exclusivamente a la coerción.

¿Cuál es la función política del docente?

La función política del docente no se refiere a la militancia partidaria dentro del aula, sino a su rol como mediador entre el currículum oficial (que refleja una selección de saberes hegemónicos) y la realidad diversa de los estudiantes. El docente toma decisiones pedagógicas que pueden reforzar o cuestionar la hegemonía. Al fomentar el pensamiento crítico, al incorporar saberes locales, al promover el debate y la reflexión sobre la realidad, el docente ejerce una función política que busca empoderar a los estudiantes para comprender y transformar su mundo.

¿Cómo influye la “weltanschaung” (cosmovisión) en lo que se enseña en la escuela?

La weltanschaung del grupo social dominante moldea la selección de contenidos que se incluyen en los diseños curriculares. Por ejemplo, qué eventos históricos se destacan, qué autores literarios se leen, qué teorías científicas se priorizan, o qué valores cívicos se promueven. Estos contenidos no son neutrales; están cargados de la visión particular de quienes tienen el poder de definir qué conocimiento es considerado válido y relevante para ser transmitido a las nuevas generaciones.

¿Por qué se dice que la educación es un derecho y un deber del Estado?

Es un derecho fundamental de todas las personas, reconocido en numerosas convenciones internacionales y constituciones nacionales, porque es esencial para el desarrollo humano, la participación ciudadana y la igualdad de oportunidades. Y es un deber del Estado garantizar que este derecho sea efectivo para todos, asegurando el acceso universal, la permanencia en el sistema educativo y la calidad de la enseñanza. Esto implica invertir recursos, construir escuelas, formar docentes y diseñar políticas que superen las barreras que impiden a los niños y jóvenes acceder a la educación.

¿Qué significa que la escuela pueda ser un espacio de “líneas de fuga”?

Tomando la idea de Deleuze, significa que la escuela tiene el potencial de ser un espacio donde los estudiantes puedan encontrar alternativas a las realidades limitantes o opresivas que puedan vivir fuera de ella. Un lugar que no solo reproduzca lo establecido, sino que ofrezca herramientas para pensar de manera diferente, imaginar otros futuros y construir nuevos caminos. Es un espacio que, al fomentar la crítica y la creatividad, permite "escapar" de lógicas cerradas y construir algo nuevo.

La Escuela como Espacio de Transformación Social

Comprender el sentido político de la educación es esencial para valorarla en su justa medida y para defenderla de intentos de reducirla a una mera instrucción técnica o a un servicio básico. La escuela es uno de los pilares fundamentales de la sociedad, un espacio donde se disputa el futuro, donde se forman ciudadanos y donde se siembran las semillas del cambio. Reconocer al docente como un profesional con una función política inherente (en el sentido amplio y noble de la palabra) es darle el lugar que le corresponde en la construcción de una sociedad más justa, equitativa y democrática.

Los debates superficiales y las opiniones sin fundamento sobre la educación solo sirven para desviar la atención de los verdaderos desafíos y responsabilidades. La educación es un derecho inalienable de los niños y jóvenes, y un deber primordial del Estado garantizar que este derecho se cumpla plenamente. La escuela debe ser, y puede ser, ese refugio, ese espacio de amparo y esa plataforma desde la cual las nuevas generaciones puedan no solo comprender el mundo, sino también prepararse para transformarlo.

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